Mi madre, una bisabuela en ejercicio.
Mamá, hace un año de aquella triste tarde del Día
de San Antonio, a quien tenías tanta devoción. Sucedió todo tan deprisa… me ha costado mucho y no por falta de ganas y
es que mamá, a pesar de todas las ventajas consoladoras que puedan aducirse me
dejaste un poco solo en medio de la gente que me acompañaba, tú eras única para
mí.
Nadie
lo creería pero te di todos aquellos besos que quizás debería haberte dado
antes. Besos con infinita pena, besos con el desamparo que me embargaba sabedor
que nos ibas a dejar, besos de infinito
cariño sabiendo que ibas a dejar de sufrir.
Lo
hiciste discretamente, en una tierra extraña que ya exploraras en tu juventud,
en silencio, sin un solo suspiro para no molestar a nadie, como había sido tu
ejecutoria vital: lo soportabas como lo soportaste todo durante tu azarosa
vida.
Mi
consuelo fue ver tu cara conformada,
relajada, como si dejaras esta vida sin agobios, sin pena alguna, como si esperaras algo mejor.
Y mi pena muy profunda por tener casi
que discutir para llevarte al hospital, ni querías ni tenías ganas.
Enseguida
me lo dejaron claro y no tuve fuerzas ni siquiera para revelarme a ese destino, finalmente, tan cruel para mí.
Pero
por eso no me voy a excusar, tú tampoco lo querrías, pues sabes que te quería y
te quiero por encima de todo como lo más preciado de mi vida, eres mi madre y
eso… es para siempre.
Mario
tu bisnieto te había despedido en aquel
hospital extraño como despedía a los coches y tú le regalaste tu última sonrisa
beatífica, como si estuvieras de vuelta de todo lo que estaba sucediendo.
Ni
siquiera te molesté con preguntas inútiles, estaba allí a tu lado lleno de
miedo a que sufrieras innecesariamente. Tú que lo habías soportado todo también
podrías con esto.
Estás
junto a Matina como siempre.
Y
casi todo sigue igual como tú lo dejaste: tu casa, la mayoría de tus cosas, la
gente que te apreciaba y que te recuerda… y yo que te echo en falta, ahora con
los ojos enrasados.
Pero
algo ha cambiado. Seguimos yendo al monte y no te llamamos para decirte que nos
vamos o que ya hemos llegado. Ya no paramos antes de llegar a casa para pasar a
verte. También se han debido terminar tus miedos cuando marchábamos al monte y
cuando tardábamos en llegar un poco más tarde de lo que habías calculado. Y no subes
a comer a casa con el pan que habías comprado. Ni marchas a la carrera después
como si no te quedara tiempo para tus lecturas. Ya no te molestan esas
dolencias que tan calladamente padecías.
Rosa
te lleva flores de vez en cuando, ya sabes que le gustan esas cosas y Biola
está superocupada.
Tus
biznietos nos tienen comido el sentido como te lo tendrían comido a ti. Mario
va creciendo poco a poco tan encantador, y ahora brutote pues es normal, como siempre;
Julia es una ratilla genial parecida a su madre a la que, por cierto, le acaban
de dar unos premios muy importantes por
su duro trabajo que tú no vas a poder celebrar con todos nosotros pero que te
alegrarían infinitamente.
Y
yo que no soy muy de misas, en muchísimas ocasiones cuando estando de monte hay
tanto tiempo para pensar subiendo esas cuestas interminables, rezo; te rezo
como si fuera la mejor manera de poder pagarte tus desvelos por mí de toda una
vida.
Hoy es un día triste porque tú no estás
aquí y porque ya me he dado cuenta de
que podría haber sido mejor hijo a pesar de que
tú estabas muy contenta, yo sé que no he dado la talla para tus
merecimientos.
Mamá,
trataré de ser con nuestra descendencia como lo fuiste tú con nosotros,
especialmente conmigo.
Madre,
seguiré rezándo a mi manera agradeciendo
a Dios que te haya dado la compensación a las muchas tribulaciones y
padecimientos que tuviste que soportar en vida y sabedor de que tú lo seguirás
haciendo por todos nosotros como siempre lo hacías.
Mamá,
no me olvides como yo tampoco lo hago.
Un
beso muy fuerte.
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