Santiago
siempre ha tenido una significación especial para nosotros, es la Fiesta Patronal
de nuestro pueblo Sabiñánigo.
Recuerdo
de muy crío los Caballitos, el Balance, los Autos de Choque, las Tómbolas… y ya
de joven casi mozo las Verbenas, las Novilladas y la Peña.
Corría
el año 69, estaba de vacaciones como todos los años para estas fechas, había
terminado mi bachiller, y por circunstancias de la vida ya no sería el ingeniero o perito al que parecía estar
destinado, no hubo posibilidad de beca en las Universidades Laborales y había
aparcado conscientemente las derivadas e integrales con las que había adquirido
una interesante competencia matématica ya que estaba dispuesto a estudiar
Magisterio: estudios cortos y cerca pues ya tenía experiencia en la enseñanza
para esas fechas.
Montamos
la Peña la Revoltosa en “plan pobre” con más ilusión y trabajos que dinero y
nos disponíamos a vivir las Fiestas.
Cansado
de dar clases particulares, trabajar con la Peña y disfrutar poco de las
piscinas no tenía demasiadas ganas de “pelea.”
La
pelea en aquellos años consistía en disfrutar de las fiestas especialmente de
algunas actuaciones musicales de postín para el momento y el lugar y bailar.
Hacíamos guateques a los que invitábamos a chavalas, bebíamos sangría más o
menos cargada, fumábamos tabaco negro barato, bebíamos vino, escuchábamos música y bailábamos tanto agarrados como sueltos.
Había que invitar a bailar a la chavala y podías bailar o no según el interés
de ella o la atención que en ella fuéramos capaces de despertar.
Nosotros
lo teníamos fácil: éramos una generación “privilegiada” de modernos con pelos
largos y pantalones extraordinariamente acampanados que escuchaban a los
Beatles cuando eran unos perfectos desconocidos para la mayoría, éramos el
infundado terror de las chavalas un poco más jóvenes que nosotros con las que
ligábamos… vamos, unos perfectos “gilipollas”
y las chavalas, a pesar de ello, venían con nosotros.
Estaba
cansado y no tenía demasiadas ganas de ir de ligue en ligue, pero había que
bailar y lo hice con una chavala de la Peña y del pueblo, casualmente con la
que no había bailado jamás.
No
era una de esas chicas que te ponen a babear nada más que las ves pero pronto
advertí que tenía “algo” tenía su encanto y a mí me podría ir bien. Unos años
más joven que yo parecía entre desconfiar y esperar algo de mí y se dejaba
abrazar de una forma natural y dentro de
lo generalmente establecido.
Cambiábamos
de pareja en la Plaza de las Escuelas pero nos volvíamos a emparejar tratando
de seguir “que sabe Dios de conversación” que sería poco más que intrascendente:
música, estudios… era el 24 de Julio y teníamos cuatro días de fiesta por
delante.
Nos
hicimos las primeras fotos bebiendo vino en bota en uno de los desfiles de la
Peña, eran quizás sus primeras fiestas de bailes en las que le dejaban salir “sola” por
la noche y una de las noches fuimos sorprendidos por su madre mientras
pasábamos por debajo del balcón de su casa, creo que de la mano amigablemente.
Pienso que no le importó tal despropósito que en otras circunstancias podría
haberle traído consecuencias desagradables.
El
último día de las fiestas terminamos solos y juntos bailando más que
amigablemente es las Piscinas Municipales pues nos encontrábamos a gusto.
Aquella orquesta que lleno nuestra noche de baladas nos dio cobijo suficiente
para un delicioso y cálido contacto de nuestros cuerpos que ninguno de los dos
rehuyó. Recuerdo una interpretación de la Paloma de Alberti-Serrat de cierto éxito, también Dieciseis Años cantada por Dany Daniel o Julio Iglesias y algunas más. Todos los conjuntos y orquestas las llevaban.
Terminaron las fiestas y nos volvimos a ver de cuando en cuando: ella había empezado a trabajar en una fábrica y yo tenía que dar clases particulares por un tubo, me entretenía con la guitarra en cualquier banco de la Plaza de la Iglesia, siempre entre amiguetes, los domingos estaban los partidos de fútbol contra el Jacetano de amistades y rivalidad parejas, algunos baños en la piscina pues todos éramos piscineros… y la verdad es que con tanto lío pasó el verano en polvo y humo.
Terminaron las fiestas y nos volvimos a ver de cuando en cuando: ella había empezado a trabajar en una fábrica y yo tenía que dar clases particulares por un tubo, me entretenía con la guitarra en cualquier banco de la Plaza de la Iglesia, siempre entre amiguetes, los domingos estaban los partidos de fútbol contra el Jacetano de amistades y rivalidad parejas, algunos baños en la piscina pues todos éramos piscineros… y la verdad es que con tanto lío pasó el verano en polvo y humo.
Seguíamos
viéndonos, acompañándonos, teníamos nuestra comunidad de intereses a la hora de la
conversación, escuchábamos música en la sinfonala de Pascual el del Escala…
pero llegó el comienzo del curso y con ello mi marcha a Huesca.
Alguna
nubecilla de tristeza imaginé o vi en los ojos de aquella chavala cuando nos
despedíamos intrascendentemente y quizás fuera porque somos muy dados a valorar
las cosas cuando nos faltan, comenzamos a cartearnos. Estábamos a unos cochinos
56 kilómetros de distancia y claro, ni
tenía coche, ni dinero, no estaban los móviles y el teléfono convencional era
todo una epopeya pensar en su uso.
Tuvimos
la excusa, más ficticia que real, con un tema de su trabajo y comencé aquella
carta con un Querida Rosa:… tenía 15
años recién cumplidos…yo me encontraba bien con ella, supongo que ella también
conmigo y aquella chavala era sencillamente deliciosa. Nuestro comunes amigos
que no hubieran apostado ni una sola peseta por nosotros nos consideraban
pareja.
La
vida siguió, yo de lunes a sábado mediodía en Huesca y ella con sus cosas en el
pueblo. El sábado por la tarde nos encontramos en nuestros lugares de culto y
continuábamos con nuestros temas de correspondencia: ella lo quería y yo cuatro
años mayor y algo más experimentado, trataba de
ayudarla con sus “problemillas.” Ella diría que la había moldeado a mi
gusto pero mi tesis siempre fue que fuimos haciéndonos el uno al otro.
Durante
aquel invierno los amiguetes que coincidíamos en el pueblo hicimos algunos guateques
para bailar con las chicas. Era la casa de Plancón y en uno de ellos y
acunados por la penumbra de la habitación, te levanté la cara que apoyabas en mi
hombro y nos dimos nuestro primer beso: ese primer beso que fue único y no
quizás por inesperado ni por deseado. Con él te había dicho que te quería
aunque no lo creyeras.
Tú,
apartaste luego tus labios de los míos, reclinaste la cabeza y volviéndola a
levantar me diste tu beso, ahora más cálido y consciente que yo recibí con
infinito cariño. Seguidamente nos
apoyamos en la pared sin soltarnos como si nos diéramos tiempo para contemplar
algún cataclismo universal que no sucedió y nos abrazamos muy juntos, muy
quietos, sin bailar a pesar de la música del tocadiscos, a pesar de que en
nuestros cerebros y en nuestros corazones había música celestial.
Tres
años después nos regalamos un aro de oro que yo no me he vuelto a quitar ni
siquiera para trabajar; se ha borrado tu nombre, Rosa, que llevaba grabado por
fuera pero si llegara el día querría que me lo quitaras y lo guardarás colgado en tu pecho donde tan bien me
encuentro yo.
Otros
tres años después nos casamos entre amigos y familiares y nos fuimos a hacer un
inolvidable Viaje de Bodas a Italia cuando casi todo el mundo marchaba a
Mallorca. Fuimos los novios de todo el autobús y en ese viaje cumpliste tus 21
años celebrado en Roma con rosas rojas y
con un soneto, ¿te acuerdas?
Luego
nos tocó pelear bastante pero todo fue estupendo estando juntos. Unos años
después nació nuestra hija Biola que nos trajimos con deseos y ganas desde
Suecia y todo se ha ido sucediendo felizmente con normalidad, pues cuando no,
nuestra mente que actúa selectivamente ha borrado y dulcificado los episodios
menos agradables.
Nuestros
padres fueron abandonándonos y como si
fuera a cambio, nuestra hija nos ha dado dos nietos por si teníamos alguna duda
de que la vida es algo único que merece la pena pelearla y disfrutarla como
siempre hemos hecho.
Si,
Rosa, sí, han pasado cincuenta años desde
aquella noche. Cincuenta años que
no diré haya sido en un suspiro. Fíjate, es más de media vida que no cambiaría
por nada. Tengo y tenemos más pasado que futuro y yo al menos no renuncio al
tiempo pasado gracias a ti.
Nos
hemos dado lo mejor de nuestras vidas y si mil veces volviera a nacer, otras
tantas las viviría contigo pues gracias a ti la vida ha sido muy fácil.
Solamente
espero que lo que nos queda por vivir sea todavía lo mejor, contigo no es
difícil. Sabes que no soy muy amigo de los “te quiero” de boca, pero si algún día
nos tuviéramos que separar… recuerda que te seguiré queriendo como siempre te
he querido.
Y
a pesar de todo, ¡qué poco sé de ti! ¡No sé qué ambicionas para querer
cambiarlo todo! De cuando en cuando parece como si todo lo que hemos hecho no
fuera de tu completo agrado. ¡No sé ni siquiera cuándo disfrutas de verdad! A
lo mejor quiere el cielo que en el tiempo que nos queda por vivir se cumplan
todos esos deseos que quizás no conozco todavía.
Ahora, cincuenta años después, cierra los ojos, escucha y disfruta.
Enhorabuena por esos 50 años pareja! a seguir disfrutando como bien sabéis y que dure muchos años. Un saludote!
ResponderEliminar¡Hola Luis!
ResponderEliminarEn ese negocio estamos todos, vosotros también y ese es uno de los objetivos, que no único, el disfrute en la vida es mucho más importante y por eso lo perseguimos incansablemente. Bueno, ya os llegará a vosotros. Y en cuanto a perdurar, lo que acostumbro a decir para la vida en general: mientras tenga una calidad aceptable.
Gracias y que vaya bueno.