Allá se ha quedado el Ingil I-Goudamene.
Barranco de Arouse, Pastizales de Ikis, Cara Norte y
Arista Sudoseste. Descenso hasta Agouti.
28-07-1999.
Sol.
Bastante fácil.
Ascensión.
Juan Castejón, Rosa Mª. Martínez y Mariano Javierre.
Croquis de Ingil I-Goudamene en M'Goun. Vía en amarillo.
Son
las once y media de la mañana del 28 de Julio del 99 y estamos a 2400 metros de
altitud en un punto del Barranco de Arouse del que no podemos pasar.
Decidimos
volver barranco abajo pero antes tantearemos las paredes de la derecha del
barranco. Hay unas ovejas o cabras que buscan comida en lugares inverosímiles
muy cerca de nosotros.
No encontramos
el paso de los animales en el supuesto caso de que puedan alcanzar por aquí el
lecho del barranco, por lo que solamente perdemos el tiempo. Por tanto,
rapelamos el segundo paso y mientras yo aseguro a Juan, Rosa se va para abajo.
Nos
encontramos poco después, y en el ensanche de las surgencias nos detenemos para
almorzar un poco y para beber, pues todavía no hemos hecho ni lo uno ni lo
otro.
No
estaremos más allá de 15 minutos. Repostamos agua y nos bajamos hasta la parte
inferior del cañón. Fuera de las verticales paredes abandonamos el lecho del Barranco de Arouse
y nos vamos hacia el este por un paraje
de inclinación media en busca de la parte superior de la cadena que el barranco
atraviesa y que nosotros no hemos podido pasar.
Nuestro
objetivo es alcanzar la cresta en su lugar más bajo y próximo posible, para
desde allí localizar el refugio que imaginamos cercano al lado este del
barranco y bajarnos para llegar hasta allí.
Calculamos
que habrá que superar un desnivel de alrededor de 600 metros pero no hay
ninguna dificultad a la vista. Iniciamos el ascenso con la intención de
preguntarle a una mujer que anda por allí, pero será en vano, pues se escapa de
nosotros.
Tomamos
un angosto barranco que se dirige hacia el nordeste desprovisto de vegetación.
Se trata de un pedregal irregular de entre 150 ó 200 metros de desnivel que se
empina duramente en su parte superior y que nos obliga a emplearnos a fondo en
su parte última. Estamos al sol, hace calor y el ambiente está muy seco por lo
que hacemos un par de paradas bajo unas resistentes sabinas que indómitas han desafiado el paso del tiempo, el embate
de las cabras y la presión de los marroquíes.
El
final del tramo es un arenal compacto que se sube de pena y en el que Rosa
flojea. Lo liquidamos encaramándonos un poco al lomo que limita al barranco por
la derecha.
Genistas en la parte baja del Ingil I-Goudamene.
La
pendiente se arrellana y nos enseña un pedregal vestido parcialmente con dos
tipos de arizón o genista hórrida, de dos diferentes portes, pero más áridos
que el de nuestra tierra. Es lo único con lo que no han podido las cabras.
Después
del barranco este paraje nos parece plano, aunque de plano no tiene nada ya que
paulatinamente se va elevando, hasta incorporarse en forma de punta de flecha
en la empinada pedrera que defiende la larga arista del pico al que vamos. A
pesar de todo, incluso del fuerte calor del momento, vamos con un ritmo
decente. Paramos bajo la sombra de una de las últimas sabinas y echamos un trago
de agua.
Las
dimensiones de esta zona nos están engañando, resulta más amplia de lo que
habíamos calculado y se nos empieza a hacer larga la marcha.
Poco
más adelante nuestra ruta se empina ya
considerablemente, pues como no hay camino trazado subimos de frente contorneando
los macizos de genistas.
Rosa
sube floja y Juan se va poco a poco para adelante, no hay pérdida posible, y si
la zona más plana se nos ha alargado, el repecho se nos hará eterno ya metidos
en fuerte pendiente
Pasamos
a echar un minúsculo trago de agua pues la sed comienza a ser francamente
preocupante. Por otra parte, hemos dado marcha atrás en el barranco por
obligación imperiosa y el hecho de no subir por camino, sabiendo que lo hay, va
minando poco a poco la esperanza de llegar a cualquier parte.
El
ritmo de Rosa es decididamente malo, su mente no la empuja y continuamente está
haciendo descansos que ni siquiera le permiten recuperarse.
Entramos
en la, ahora ya, larga pedrera final y el tema se pone infernal tanto por las
condiciones físicas y mentales que nos animan como por las condiciones del
terreno y ambiente: el uno absolutamente descompuesto y el otro extremadamente
seco. No quiero abrir la boca para evitar la pérdida de agua. Tampoco humedezco
mis ardientes labios para no perder saliva, y a pesar de ello, la boca y la
garganta son de cartón piedra con lo que la sensación que experimento es
francamente desagradable.
Juan
se ha ido colgando allá en el infinito a ver qué ve desde arriba, yo estoy
desquiciado con el ritmo de Rosa aunque paso lo mío, y Rosa no puede con la
pendiente. Decidimos parar a descansar en serio mientras Juan llega para
arriba. Si no ve el refugio se dará la vuelta y nos rescatará del refinado
suplicio al que nos está sometiendo la ascensión a este pico.
Rosa
se sienta a la sombra de un peñasco y yo me quedo al sol para ver si vuelve
Juan o si llama. Estaremos algo más de quince minutos luchando contra la
desesperanza y el abatimiento. Hemos bebido un trago insignificante que desde
luego no ha servido para nada y el rato de espera se hace eterno en su cortedad
pues estamos desquiciados.
Juan
no vuelve, y no vuelve porque él también está pasando lo suyo. Ha llegado a la
zona superior de la cresta, ha soltado la mochila con enormes ganas, y no
viendo el refugio se ha ido loma adelante para acceder un poco más allá del
pico.
Rosa,
algo recuperada a la sombra del peñasco, en contra de lo que yo le digo acerca
de esperar, que Juan tendría que bajar, quiere continuar para arriba.
-¡Vamos,
que Juan no bajará!
Echando
mano de fuerzas y energías que debemos
poseer pero tan en nuestro fondo que
unos minutos antes ni siquiera imaginábamos, nos ponemos de nuevo en
marcha para arriba dispuestos a reventar si fuera necesario.
Pasamos
unos estratos rocosos más firmes y la ya erguida pared, absolutamente
descompuesta se afila un poco a modo de arista y nos viene bien, pues ni
siquiera teníamos ya a los arizones que al menos aguantaban bien los apoyos de
los pies.
Finalmente
decido irme para arriba y dejar a Rosa para que suba a su ritmo, pues si no, no
vamos a llegar ninguno de los dos. Vuelvo a mi ritmo que siendo suave resulta
asfixiante y dispuesto a todo me subo los 50 últimos metros con rabia llegando
arriba totalmente exhausto.
Desde Ingil I-Goudamene el macizo de M'Goun al que no llegaremos.
Son
las tres y veinte, estamos, según dice Juan, sobre los 3250 metros de altitud
aproximadamente y el pico se llama, lo sabremos también después, el Ingil
I-Goudamene de 3518 metros de altitud. Diez minutos después llega Rosa.
El
jodido paretazo no tenía 600 metros de desnivel sino 1000 largos. Ya nos
parecía que el tema nos iba engañando pero ha sido un engaño del 40 %, un
engaño muy importante.
Yo no
veo casi nada de lo que quiero ver. Localizo el M’Goun y la fácil arista en la
que se encuentran los dos cuatromiles que le acompañan, aquí al frente detrás
de un altiplano partido en dos que suaviza la pendiente de la arista, pero en
medio hay un profundo barranco en el que no se ve agua. Del refugio no hay
nada. En la zona nordeste del altiplano partido, lugar en el que presumíamos
poder localizar el refugio, vemos una especie de paridera, y en la zona
sudoeste, más alejada y aparentemente más alta también, se quiere ver una
construcción terrosa que de ninguna manera nos induce a pensar que se pueda
tratar de un refugio y que, como luego sabremos, era y es el refugio. Por otra
parte es lógico ya que el Barranco d’Arouse, una vez superado el congosto tiene
solamente dos opciones: o la nordeste seca desde aquí o la sudoeste hacia la que parece orientarse.
Bueno,
yo lo veo claro: “Adiós M’Goun.” Por aquí no es y, consecuentemente, del
sombrajo tendríamos que habernos ido al sudoeste en lugar del nordeste. Ahora
echando la vista a los prados del puerto veo el blanquecino camino que se va
elevando en dirección sudoeste y ese sí que puede estar transitado por animales
de tiro.
Echamos
un trago, comemos un poco y nos comemos
medio pepino, ya que llevo hasta la ensalada en las costillas. Nunca
había comido pepino así, a la brava, pero me sabe, nos sabe a gloria. Es agua
lo que necesitamos.
Diez
minutos después llega Juan que viene de
algo más allá. Le damos agua y decidimos comernos el pepino entero que
todavía nos queda: medio para Juan y un cuarto para cada uno de nosotros:
reparto religioso.
Coincidimos
en nuestras impresiones: no hay agua en el valle próximo y decidimos darnos la
vuelta y bajar a pasar la noche a los prados junto al agua.
Ese si es el Camino al refugio Tarkedit.
Bebemos
abundantemente, pues agua si llevábamos pero no podíamos beberla por si acaso,
lo que nos ha conducido a una situación absolutamente indeseable. Ahora ya
sabemos que tener sed es una cosa y la deshidratación es muy otra.
Van a
ser las cuatro de la tarde cuando ya comenzamos a bajar y llegan dos pastores.
Nos piden tabaco, les decimos que no fumamos y se les pone una cara que hay que
verlas.
Durante
toda la ascensión y situado alrededor de un pequeño valle a nuestra derecha hay
un rebaño bastante numeroso de oscuras cabras. Han pasado la mediodiada a la
sombra de las rocas de la cresta mientras nosotros peleábamos con nuestro
particular martirio, y ahora las cabras han salido a pastar nada y los pastores
nos han venido a ver.
Uno
de ellos lleva unos mocasines finos, el otro unas sandalias abiertas y no
conocen los calcetines. Van ligeros de ropa y
por toda compañía llevan un palo corto.
Les
hace gracia nuestra forma de bajar al trote o resbalando las pedreras finas.
Yo
creo que aprenden de nosotros porque más de un trote acaba con ellos por los
suelos y con piedras dentro del calzado. Lo que no sé es cómo van así y no se "escogorcian".
Juan también va ligero y una de las veces casi deja una mano al tenerse que
apoyar en la pedrera. ¡No cortan nada esas piedras!
El
descenso, sin ser un placer, lo hacemos a muy buen ritmo buscando todas las pedreras que nos permitan
bajar fácilmente. Los pastores se quedan a media ladera pues se irán,
probablemente, en horizontal hacia las
rocas de las que han venido, y por supuesto que en ellas pasarán poco calor y
poca sed.
Nosotros
bajamos un poco más al nordeste que a la subida y nos colocamos en el rellano
en el que se asientan las últimas sabinas. Paramos bajo una de ellas, echamos
un buen trago de agua y descansamos pues a pesar de todo, el descenso lo
hacemos a buen ritmo. Bajo la sombra de la sabina podada a la altura que
alcanzan las cabras saltando comprobamos como corre una impagable brisa que
agradablemente refresca nuestras espaldas y entendemos por qué los moros
aguanten tranquilamente bajo la sombra rodeados del rayo del sol. Fuera de la
sombra el sol sigue abrasando tanto más cuanto más bajamos.
Habremos
descendido alrededor de 500 metros entre
patinar y resbalar y continuamos después directamente hacia los prados del
puerto. Cuando alcanzamos el borde superior del primer resalte bajamos ya entre
algún boj al encuentro del fondo del barranco por el que baja agua desde mitad
del falso llano en el que hemos visto un tosco aprisco.
Próximos
al barranco alcanzamos el objeto de la actividad de la marroquí que se nos ha
escapado por la mañana: hay una zona, tanto del barranco por el que hemos subido
como por el que hemos bajado ahora, que rezuma agua salada y la fuerte
evaporación hace que se vaya cristalizando. Pruebo y probamos la blanquísima
sal que parece ser recoge con los dedos de las manos, por las huellas dejadas.
A las
seis y media estamos en el barranco. Juan se ha quedado viendo la pobre
surgencia de agua junto al aprisco y nosotros, de inmediato, nos descalzamos y
nos metemos en el agua para darnos un remojón considerable. Metidos en el agua
inmediatamente se van los calores y sudores del día, el agua está fresquilla
como poco.
Sentados
al sol y con la ropa sobre las piedras, preparamos una botella de limonada y
nos la bebemos entre los tres de una tacada; yo antes, mientras me lavaba, me
he echado un trago, directamente del
barranco a pesar de los cuidados que hay que tener. Hemos echado potabilizador
pero yo creo que no es necesario y sé que la prudencia es buena consejera.
La
marroquí que recogía la sal ha debido tener un buen día pues serán cinco
saquetones de sal los que ha recogido.
Calculo que más de 40 kilos. Hace dos viajes y al final sonríe a nuestros
saludos, pues no nos la hemos comido.
Junto
al lugar donde nos hemos bañado y en reposo absoluto repaso el día: han sido
casi 11 horas de trabajo y habremos movido 1250 metros de desnivel en unas
condiciones deplorables y como diría aquel castizo, “para no ir a ninguna
parte”, pues mañana nos bajaremos para abajo.
Poco
después buscamos un lugar entre los bojes y sobre las esterillas preparamos una
abundante cena pues tenemos comida de un día de sobra, mientras esperamos que
el personal se vaya bajando al pueblo.
Caserío en M'Goun.
Nos
vestimos un poco pues el sol se va y la temperatura desciende rápido, lo
suficiente para que algo de ropa no moleste. Yo he ido todo el día de corto.
La
gente se va marchando y pasadas las nueve y media no queda ya nadie por los
alrededores. Montamos la tienda junto a un prado segado, sobre hierba larga y
antes de empiltrarnos nos hace Rosa una foto junto a la tienda y sacando como
fondo las salinas y el Ingil I-Goudamene.
Son
las diez cuando, la noche no ha llegado todavía ya que son las ocho horas
solares, nos empiltramos. El suelo está bastante más duro que el de la noche
anterior pues no es tierra trabajada y se nota en las caderas.
El
día 29 y 5º de la actividad empieza relativamente pronto, a las siete de la
mañana, cinco en Marruecos, tras una buena noche en la que hemos dado alguna
vuelta que otra ya que hemos estado horizontalmente durante 9 horas. Está
amaneciendo.
Desayunamos,
recogemos y a las ocho menos cuarto iniciamos el descenso para aprovechar el
fresco de la mañana.
La
mochila pesa algo menos pues la hemos aligerado de comida. A pesar de ello
todavía nos queda mucha puesto que subimos para un día más.
Atravesamos
los prados altos y seguidamente los bajos. Hacemos una fotografía en una de las
casetas del puerto: amasan tierra con grava y la mezcla la arman con ramas de
boj, empleando pequeños tronco y ramas abundantes para fundamentar el tejado
que recubren de tierra. Suponemos que ahora habrán añadido plásticos tanto para
los tejados como para cerrar un poco los vanos de los ventanucos.
También
fotografiamos un campete recién cosechado en el que permanecen los diminutos
fajos de cebada sobre el suelo. ¡Menuda cosecha! Subiendo cogí una espiga y prácticamente
no contenía harina; poca paja y menos harina.
Desandamos
tranquilamente el camino en la morrena, queremos ir por el fondo del barranco
cuando el marroquí, que debió subir para volver el agua y que va delante de
nosotros, nos indica insistentemente el camino por el pueblo situado por encima
del barranco y que a la subida no vimos.
Atravesamos
el pueblo con gente que nos mira, con un fuerte olor a incienso y localizamos
unas tiendas de campaña con unos turistas que se levantan ahora, según parece. El
pueblo está rodeado de huerta.
Damos
una pequeña vuelta siguiendo el camino que desemboca en la pista cortada por
una acequia poco profunda que suponemos romperán para el paso de algún camión
recomponiendo después para el paso del agua.
Enseguida alcanzamos la parte superior de la
meseta que hemos de atravesar.
Siguiendo
cualquier camino nos metemos entre la huerta ya que no hemos seguido la pista.
Mezclan los frutales con la alfalfa y con el maíz.
Atravesamos
por medio y aparecemos justo frente al paso de la fuente abrevadero que ya
conocemos y con tentaciones de echar un trago nos llegamos inmediatamente al
coche cuando son las diez y cuarto. Nos ha costado bajar hasta Agouti dos horas
y media pues lo hemos hecho tranquilamente.
No
vamos a perder tiempo. Muevo el coche a la sombra de la casa y tras quitar el
polvo de los cristales con una paletina grande que llevo al efecto montamos las
mochilas en el coche esperando que salga el personal
No
queda otro remedio que ir a llamarlos, pagamos 100 dirhans y nos vamos.
Típico poblado de la Zona de M'Goun.
Poco
más adelante en la pista ya hacemos unas fotos de unas casuchas típicas,
iguales a cualesquiera otras y nos bajamos los 10 kilómetros de pista que hay.
Tomamos
la carretera que conocemos y nos vamos al encuentro de la fuente del puerto.
Empieza a hacer calorcillo.
Cuando llegamos a la fuente hay un follón
monumental entre gente que va a por agua, que viene y otras que están lavando.
Nosotros que pensábamos asearnos un poco y refrescarnos decidimos no bajar al
lío. En Ait M'hammed el lugar en el que habíamos encontrado el “letrero” nos
marchamos a la izquierda, hemos hecho 44 kilómetros de carretera.
A las
doce y media estamos en Azilal y nos vamos adelante de la única calle que no
conocemos del pueblo. Se trata de la más importante, ancha y concurrida que se
alarga y termina en un consabido y concurridísimo mercadillo. Parece como si
medio Marruecos se hubiera dado cita aquí, en este follón monumental.
Al
final dejamos Azilal y nos metemos por una carretera bastante decente que nos
lleva a Demnate. A la entrada y a la sombra de unos eucaliptos paramos a comer
cuando es la una y media.
En
Demnate mientras Juan y Rosa van a telefonear yo me dedico a buscar un
contenedor de basura que no voy a encontrar. Al final la dejo junto a un
monumental montón de basura.
A la
entrada de Marrakech vemos gasolina verde pero no toman la Visa. Tendremos que
echar 100 dirhans y así aseguramos.
Son
las seis y veinte cuando atravesamos Marrakech pasando junto a la Ciudad
Amurallada. Preguntamos un par de veces y salimos en dirección a Tahanaoute y
Asni. Es la carretera que va hacia Agadir.
Enseguida
alcanzamos Tahanaoute y el ambiente cambia pues ya han aparecido las montañas
en el horizonte. Pasamos un puerto no muy alto y la carretera sigue siendo
decente. Poco después alcanzamos Asni con una carretera a la que le han salido
arcenes con escalón.
A
partir de aquí la carretera va a la izquierda del barranco y se estropea de
inmediato estrechándose y saliendo baches, agujeros y tierras por cualquier
parte para desaparecer el asfalto a continuación.
Nos
deben de quedar alrededor de 10 kilómetros de pista. Pasamos casuchas, chabolas
y chiringuitos de los que sale gente por
todas partes a la carretera para venderte u ofrecerte algo. También en algún lugar
los coches llegan hasta el barranco y hay gente alrededor del agua.
Con
tanto jaleo se nos hace un suspiro la llegada a Imlil. A la entrada del pueblo
pasamos por medio de un partido de futbol que juegan un montón de críos en
mitad de la pista.
Puedes ver la Continuación.
Puedes ver la Continuación.
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