26 jul 1997

2.97. CHAMONIX A ZERMAT. ETAPA 2. DEL REFUGIO DE ARGENTIERE A L’ARGENTIERE DE VUELTA. 26-7-1997.


 
Refugio De Argentiere, Glaciar de Argentiere, Corrdor a la Aguja de Argentiere y vuelta hasta el Teleférico en los Chalets de Longman.

26-07-1997.

Desnivel ascendido 400 m.

Desnivel descendido 1200 m.

Distancia recorrida 8000 m

Tiempo efectivo 05:00 h

Niebla.

Bastante fácil.

3 p.

1 d,

Agua en el Refugio de Argentiere, el el glaciar según costumbre y época y en las instalaciones del Teleférico de los Chalets de Longman.

La niebla es mala compañera de viaje para el montañero. La orientación es muy complicada pudiendo hacerse imposible si no se conoce el terreno. Pero a pesar de que lo sabemos,  no hemos venido hasta aquí para practicar deportes de salón y aunque nos ha malogrado la primera parte de la travesía, nos queda la flexibilidad suficiente para varias nuestro programa y la esperanza.

Juán Castejón, Rosa Mª. Martínez y Mariano Javierre.

Mapa de Argentiere procedente del IGN. francés. Vía en amarillo.
 
            El Refugio de Argentiere es un considerable edificio de dos plantas, de piedra y madera medio volado en un espolón rocoso junto a la orilla sudeste del Circo Glaciar de Argentiere. Exteriormente tiene un aspecto bastante nuevo aunque interiormente parezca algo más vetusto. Cuenta con una lóbrega aunque divina zona libre, con una estufa sensacional. Allí secaremos  botas, calcetines, polainas, capas y cuerpos, y compartiremos lugar y mesa con cuatro montañeros "italoalemanes." Podemos cocinar dentro y fuera hay un grifo para coger agua como atestiguará la fotografía.

            Juan pide literas. No hay problema, se las facilitarán a razón de 50 francos franceses por persona y arreando. Nos parece caro, pero al final será el más barato de todos los de pago.        Bebemos relajados en la comodidad que proporciona un techo seguro, un duro banco y la dulce satisfacción de haber alcanzado el primer logro propuesto, que lo nuestro nos ha costado pues habíamos calculado un desnivel de 800 metros y se habrán convertido en 1200 metros subidos  y más de 400 metros bajados, pero ahora ya los damos por bien empleados.

            Hacemos el té del día siguiente con azúcar y un poco de esperanza que encontramos no sé dónde y que con la caída de la tarde y la evaporación de la humedad se va esponjando.

            Fuera las nieblas continúan en su faena de  hacernos la jugada de privarnos de uno de los paisajes más maravillosos de los Alpes del Mont Blanc. Sigue goteando y recogemos las capas para que se sequen en unas cuerdas que hay dentro.

            A las siete y cuarto comenzamos nuestra acostumbrada comida-merienda-cena trasegando de casi toda la despensa que esta vez viene crecida: los compañeros de mesa alucinan por un tubo entre las abundantes y continuadas ofertas del maitre, escoltado por un dúo de camareros atentísimos, camareros de altura desde luego, desde la triste perspectiva  del clarísimo tercer té a costa de la misma y única aventurera bolsita, ahogada en un desproporcionado océano de aluminio anodizado.

            Se nos hacen casi las nueve, entretenidos. También nos entretienen los socios y algunos advenedizos de la planta superior que bajan a la estufa y apartan del calorcillo, inmisericordes, lo que no es suyo. Pero como nosotros estamos muy cerca, a la hora de empiltrarnos lo tenemos ya todo seco, y aquí no ha pasado nada

            Fuera hace viento y gotea entre nieblas oscuramente  nocturnas. Son las nueve y media cuando nos vamos a la cama. Un francés, parece ser que despistadillo del morro, se ha empiltrado en la litera en la que Rosa había dejado sus cosas ya que esa era la que le correspondía. Belicosilla ella, pelea por la litera con notable éxito, el "fransuá" abandona el campo de pelea en busca del consuelo de los guardas; y ya horizontales,  nos disponemos a dar tiempo al tiempo para que se obre el milagro deseado tras una buena noche.
 
            En los refugios se sabe cuando se acuesta uno si mira su reloj, pero nunca se sabe cuándo le van a dejar dormir, ni cuando le despertarán. Al acostarnos se hace pronto el clima adecuado para la cita con Morfeo y también, pronto, el refugio se empieza a poner en pie de guerra: son las cinco de la mañana del sábado 26 de Julio, día del Señor.

            Los más madrugadores son los primeros que se empiltran. Adivina adivinanza.

            A las seis nos levantamos. Las nieblas siguen dueñas y señoras de la situación. No se ha obrado alguno de los milagros ansiadamente esperados. Otros, en cambio, sí. Desayunamos.

            La gente va y viene; leemos revistas en el comedor principal y miramos un paisaje del que no vemos nada. Rosa se empiltra visto lo no visto y más tarde también lo haré yo sobre las ocho.

            Sigue todo igual y se hacen las diez de la mañana cuando parece ser que el tiempo  quiere levantar y ha dejado de llover. La gente empieza a moverse, se va para abajo.

El Glaciar de Chardonet desde el embarque de Grandes Montets. 13-8-05.
 
            Nosotros, como motos, vamos a intentar dar un tiento a la esperanza de que esos vientos en altura nos permitan hacer nuestra jornada aunque sea algo tarde. Sabemos casi todo lo que se debe saber sobre un glaciar en verano.

            Sobre las diez y veinte nos vamos para abajo primero por la morrena y luego por la orilla derecha del glaciar. Sabemos que hay que alcanzar los 2600 metros para a partir de allí, tomar en dirección nordeste el amplio corredor en el que se asienta el Glaciar de Chardonet.

            El glaciar  se inclina  y se llena de grietas terminales rematando poco más abajo en una pequeña cascada. Pasarla por la roca lavadísima está muy mal con el adicional de una profunda rimaya de hielo vivo.

Encontraré una vía aceptable por medio de las grietas que nos  permitirá, a vuelta limpia, pasar la cascada sin necesidad de ponernos los crampones.

            Salidos ya de la "fricción" se nos presenta inmediatamente a nuestra derecha y en la dirección adecuada el amplio corredor, lleno de materiales morrénicos muy sueltos y algo transitada, según nos parece; y por allí decidimos iniciar el ascenso convencidos de que nos llevará al Collado de Chardonet.

            Subimos en dirección nordeste primero la morrena inestable y absolutamente suelta y luego continuamos sobre materiales más firmes, algo más asequible aunque persista la inclinación.

            Las nieblas siguen su juego con densidad acentuada con la altitud. Permiten la visión de un radio aproximado de 100 metros, lo que posibilita el camino.

            Juan deriva un tanto al norte bajo el final de la pared que limita la derecha del corredor que estamos ascendiendo. Nosotros continuamos para arriba, pero enseguida nos detenemos, pues tarda más de lo previsto y no le vemos engullido en la distancia por la niebla. Al rato, impaciente ya, le pegaré unas voces desde un pináculo, capaces de levantar a un difunto, y nos detenemos hasta que, al rato, aparece bajo nosotros y continuamos para arriba.

            La neblina moja nuestras ropas pero no estamos para ponernos las capas ni zarandajas por el estilo. El corredor se estrecha un tanto, nosotros subimos por el fondo que se va aproximando a la pared derecha, y cuando alcanzamos la nieve nos detenemos. Juan llega después

            - ¿Me has oído, no?

            - No, no he oído nada.

            - Pues se soltaban las piedras de la pared.

            - Nada, me he ido dando vuelta por una terraza hasta avistar un poco el otro corredor.

            - Bueno, ¿has visto algo? Hemos especulado si sería este corredor o el de al lado, más amplio y cubierto totalmente por el glaciar.

Nos ha pasado una de las deliciosas jugadas que la niebla nos gastó adicionalmente el día anterior: no vimos nada de paisaje, pero lo que es peor, tampoco pudimos ver la ruta del día siguiente, que sin duda hubiera reconocido Juan o incluso hubiéramos decidido por lógica.

            - Pues chico, yo juraría que no puede ser éste nuestro corredor. Y es que estamos a 8850 metros de altitud aproximadamente, la niebla permite  ver la amplitud del corredor, y además, aquí mismo se convierte en una empinada pared de hielo sin huellas. Esto no puede ser  un paso utilizado por los que hacen la travesía, ya que se trata de un paso casi obligado.
 
La Fenetre de Saleina que era nuestro objetivo vista desde el Glaciar de Trient ocho años después. 12-8-05.
 
            Concluimos con que este corredor debe ser el que se utiliza para hacer la Aguja de Argentiere. Juan ha estado por aquí, no lo recuerda con claridad, pero si dice que no es el lugar más adecuado para alcanzar la cabecera del Glaciar de Saleina, y con niebla se acabó la subida. Aquí pega el viento y ni aun así se mueven las nieblas. Por lo tanto hay que cambiar de programa y para el cambio tenemos tres opciones. Una se descarta por si misma, la hora y las condiciones meteorológicas la anulan, no podemos bajar para ascender por el corredor correcto y meternos en un glaciar totalmente desconocido, son las doce. La otra es volver al refugio y esperar que mañana se cumpla lo que no se ha cumplido hoy. La conclusión la canta Juan de memoria y de carretilla:

            - Nos vamos para abajo hasta L'Argentiere, tomamos el coche y nos vamos hasta Bourg St. Pierre. Nos perdemos el primer tramo de la travesía, pero si el tiempo mejora nos reincorporamos a la misma siguiendo fielmente el calendario previsto.

            - Pues no se hable más. ¡Qué pico tiene este chico!

            Bajamos rápido, pasamos las inflorescencias que nos habían parecido señales de pintura  y antes de entrar en la morrena suelta  paramos a echar un bocado.

            Mientras llamaba a Juan, aprovechando un cortísimo claro de las nieblas sobre el fondo del glaciar, he visto la posibilidad de cruzarlo sin embarques. Entre bocado y bocado fijaré puntos de paso para no tener dudas y no perder tiempo.

            Con cuidado de no bajar revuelto con piedras alcanzamos el glaciar y por la ruta prefijada, en un santiamén alcanzamos la huella en el glaciar que a nosotros nos va a llevar hacia abajo, al igual que a los que van delante.

Corredores de Chardonet y Aguja de Argentiere.
 
            Hago una foto de mis socios con los dos corredores de fondo llenos de nieblas de mitad para arriba y  proseguimos saliendo del fondo y ascendiendo sobre la ladera izquierda del Glaciar de Argentiere.

            La nieve está blanda y una vez más nos subimos más de la cuenta queriéndonos alejar del riesgo de algún embarque en el límite izquierdo del mismo. Tenemos que darnos la vuelta para reencontrar la vía que parece empeñada en meternos en los Grandes Montets. Terminamos casi enfadados con tanta niebla y tanto embarque en el mismo sitio.
 
            En las escalerillas hago otra foto a los socios totalmente difuminados por la niebla.

            Salimos del glaciar y la pista nos espera para conducir a los socios a la estación del teleférico, yo me iré un rato por el viejo camino.

            A las cuatro y diez llegamos al teleférico cuando parece que quiere despejar un poquillo. En el bar restaurante de la Estación del teleférico, mientras esperamos,  nos asomamos a una exposición de pinturas de montaña. A las cinco menos cuarto, y por otros 40 francos, el teleférico nos baja a L'Argentiere.

A las cinco estamos en el coche. Nos enteramos de que al día siguiente, domingo, hay un mercado en el aparcamiento. Menuda jugada si el tiempo no nos baja, igual me meten el coche en la quinta puñeta.
 
En las escalerillas metálicas del Glaciar de Argentiere.
 
            Montamos en el coche y nos vamos hasta la Reserva Natural de las Agujas Rojas parando en la otra vertiente próximos a la carretera y junto a unos enormes bloques graníticos. Lo hacemos para que sequen las tiendas y nuestras pertenencias húmedas. El tiempo parece que ha terminado por cambiar: estamos aquí al sol y al viento.

            A las seis y media con todo seco y recogido nos vamos. Pasamos la frontera y paramos en la fuente de la Forclaz, nuestra fuente, para coger agua, continuando hasta Martigny.

            Atravesamos la ciudad hacia la parte sur en la que encontramos un enorme festival folklórico que tiene lleno de autobuses la zona del cámping y el enorme aparcamiento de sus aledaños. Ha debido ser un sábado festivalero.

            Damos algunas vueltas por la autopista y la zona industrial del sur. Los suizos no solamente lo ocupan todo en los valles, en los llanos, más. ¿Será que he perdido mi olfato?

            En Charrat y en una vieja gravera entre viñas y campos de albaricoqueros, fuera de la circulación, aparcamos y acampamos.

            Nos acompaña el sol que se pondrá por la depresión del Lago Leman. Frente a nosotros tenemos los paredones de los Diablerets con casas desperdigadas hasta lugares impensables.

            Cenamos de verde: sobre todo ensalada y fruta. Hay que saciarse de lo que vamos a carecer en los próximos días, y no tomamos fruta del país por miedo a la diarrea. Están en plena recolección.

            Son las diez menos cuarto cuando nos introducimos en nuestros sacos sobre los colchones hinchables. Dormiremos 2500 metros más abajo de lo previsto y algo más descansados de lo esperado. Hoy ha sido un día para olvidar en el que hemos subido 400 metros y bajado 1200 metros para no llegar a ningún lugar interesante.

Puedes ver la Continuación.

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