24 jul 2019

LA HISTORIA DE MI VIDA QUE QUIZAS SEA LA DE NUESTRA VIDA.



            Santiago siempre ha tenido una significación especial para nosotros, es la Fiesta Patronal de nuestro pueblo Sabiñánigo.
            Recuerdo de muy crío los Caballitos, el Balance, los Autos de Choque, las Tómbolas… y ya de joven casi mozo las Verbenas, las Novilladas y la Peña.
            Corría el año 69, estaba de vacaciones como todos los años para estas fechas, había terminado mi bachiller, y por circunstancias de la vida ya no sería el  ingeniero o perito al que parecía estar destinado, no hubo posibilidad de beca en las Universidades Laborales y había aparcado conscientemente las derivadas e integrales con las que había adquirido una interesante competencia matématica ya que estaba dispuesto a estudiar Magisterio: estudios cortos y cerca pues ya tenía experiencia en la enseñanza para esas fechas.
            Montamos la Peña la Revoltosa en “plan pobre” con más ilusión y trabajos que dinero y nos disponíamos a vivir las Fiestas.



            Cansado de dar clases particulares, trabajar con la Peña y disfrutar poco de las piscinas no tenía demasiadas ganas de “pelea.”
            La pelea en aquellos años consistía en disfrutar de las fiestas especialmente de algunas actuaciones musicales de postín para el momento y el lugar y bailar. Hacíamos guateques a los que invitábamos a chavalas, bebíamos sangría más o menos cargada, fumábamos tabaco negro barato, bebíamos vino, escuchábamos música y bailábamos tanto agarrados como sueltos. Había que invitar a bailar a la chavala y podías bailar o no según el interés de ella o la atención que en ella fuéramos capaces de despertar.
            Nosotros lo teníamos fácil: éramos una generación “privilegiada” de modernos con pelos largos y pantalones extraordinariamente acampanados que escuchaban a los Beatles cuando eran unos perfectos desconocidos para la mayoría, éramos el infundado terror de las chavalas un poco más jóvenes que nosotros con las que ligábamos… vamos, unos perfectos “gilipollas”  y las chavalas, a pesar de ello, venían con nosotros.
            Estaba cansado y no tenía demasiadas ganas de ir de ligue en ligue, pero había que bailar y lo hice con una chavala de la Peña y del pueblo, casualmente con la que no había bailado jamás.
            No era una de esas chicas que te ponen a babear nada más que las ves pero pronto advertí que tenía “algo” tenía su encanto y a mí me podría ir bien. Unos años más joven que yo parecía entre desconfiar y esperar algo de mí y se dejaba abrazar  de una forma natural y dentro de lo generalmente establecido.
            Cambiábamos de pareja en la Plaza de las Escuelas pero nos volvíamos a emparejar tratando de seguir “que sabe Dios de conversación” que sería poco más que intrascendente: música, estudios… era el 24 de Julio y teníamos cuatro días de fiesta por delante.



            Nos hicimos las primeras fotos bebiendo vino en bota en uno de los desfiles de la Peña, eran quizás sus primeras fiestas de bailes en las que le dejaban salir “sola” por la noche y una de las noches fuimos sorprendidos por su madre mientras pasábamos por debajo del balcón de su casa, creo que de la mano amigablemente. Pienso que no le importó tal despropósito que en otras circunstancias podría haberle traído consecuencias desagradables.
            El último día de las fiestas terminamos solos y juntos bailando más que amigablemente es las Piscinas Municipales pues nos encontrábamos a gusto. Aquella orquesta que lleno nuestra noche de baladas nos dio cobijo suficiente para un delicioso y cálido contacto de nuestros cuerpos que ninguno de los dos rehuyó. Recuerdo una interpretación de la Paloma de Alberti-Serrat de cierto éxito, también Dieciseis Años cantada por Dany Daniel o Julio Iglesias y algunas más. Todos los conjuntos y orquestas las llevaban. 
          Terminaron las fiestas  y nos volvimos a ver de cuando en cuando: ella había empezado a trabajar en una fábrica y yo tenía que dar clases particulares por un tubo, me entretenía con la guitarra en cualquier banco de la Plaza de la Iglesia, siempre entre amiguetes, los domingos estaban los partidos de fútbol contra el Jacetano de amistades y rivalidad parejas, algunos baños en la piscina pues todos éramos piscineros… y la verdad es que con tanto lío pasó el verano en polvo y humo.
            Seguíamos viéndonos, acompañándonos, teníamos nuestra comunidad de intereses a la hora de la conversación, escuchábamos música en la sinfonala de Pascual el del Escala… pero llegó el comienzo del curso y con ello mi marcha a Huesca.
            Alguna nubecilla de tristeza imaginé o vi en los ojos de aquella chavala cuando nos despedíamos intrascendentemente y quizás fuera porque somos muy dados a valorar las cosas cuando nos faltan, comenzamos a cartearnos. Estábamos a unos cochinos 56 kilómetros de distancia y claro,  ni tenía coche, ni dinero, no estaban los móviles y el teléfono convencional era todo una epopeya pensar en su uso.
            Tuvimos la excusa, más ficticia que real, con un tema de su trabajo y comencé aquella carta con un  Querida Rosa:… tenía 15 años recién cumplidos…yo me encontraba bien con ella, supongo que ella también conmigo y aquella chavala era sencillamente deliciosa. Nuestro comunes amigos que no hubieran apostado ni una sola peseta por nosotros nos consideraban pareja.
            La vida siguió, yo de lunes a sábado mediodía en Huesca y ella con sus cosas en el pueblo. El sábado por la tarde nos encontramos en nuestros lugares de culto y continuábamos con nuestros temas de correspondencia: ella lo quería y yo cuatro años mayor y algo más experimentado, trataba de  ayudarla con sus “problemillas.” Ella diría que la había moldeado a mi gusto pero mi tesis siempre fue que fuimos haciéndonos el uno al otro.
            Durante aquel invierno los amiguetes que coincidíamos en el pueblo hicimos algunos guateques para bailar con las chicas. Era la casa de Plancón y en uno de ellos y acunados por la penumbra de la habitación, te levanté la cara que apoyabas en mi hombro y nos dimos nuestro primer beso: ese primer beso que fue único y no quizás por inesperado ni por deseado. Con él te había dicho que te quería aunque no lo creyeras.
            Tú, apartaste luego tus labios de los míos, reclinaste la cabeza y volviéndola a levantar me diste tu beso, ahora más cálido y consciente que yo recibí con infinito cariño. Seguidamente  nos apoyamos en la pared sin soltarnos como si nos diéramos tiempo para contemplar algún cataclismo universal que no sucedió y nos abrazamos muy juntos, muy quietos, sin bailar a pesar de la música del tocadiscos, a pesar de que en nuestros cerebros y en nuestros corazones había música celestial.
            Tres años después nos regalamos un aro de oro que yo no me he vuelto a quitar ni siquiera para trabajar; se ha borrado tu nombre, Rosa, que llevaba grabado por fuera pero si llegara el día querría que me lo quitaras y lo guardarás  colgado en tu pecho donde tan bien me encuentro yo.
            Otros tres años después nos casamos entre amigos y familiares y nos fuimos a hacer un inolvidable Viaje de Bodas a Italia cuando casi todo el mundo marchaba a Mallorca. Fuimos los novios de todo el autobús y en ese viaje cumpliste tus 21 años celebrado en Roma con rosas rojas  y con un soneto, ¿te acuerdas?
            Luego nos tocó pelear bastante pero todo fue estupendo estando juntos. Unos años después nació nuestra hija Biola que nos trajimos con deseos y ganas desde Suecia y todo se ha ido sucediendo felizmente con normalidad, pues cuando no, nuestra mente que actúa selectivamente ha borrado y dulcificado los episodios menos agradables.
            Nuestros padres fueron abandonándonos  y como si fuera a cambio, nuestra hija nos ha dado dos nietos por si teníamos alguna duda de que la vida es algo único que merece la pena pelearla y disfrutarla como siempre hemos hecho.
            Si, Rosa, sí, han pasado cincuenta años desde  aquella noche.  Cincuenta años que no diré haya sido en un suspiro. Fíjate, es más de media vida que no cambiaría por nada. Tengo y tenemos más pasado que futuro y yo al menos no renuncio al tiempo pasado gracias a ti.
            Nos hemos dado lo mejor de nuestras vidas y si mil veces volviera a nacer, otras tantas las viviría contigo pues gracias a ti la vida ha sido muy fácil.
            Solamente espero que lo que nos queda por vivir sea todavía lo mejor, contigo no es difícil. Sabes que no soy muy amigo de los “te quiero” de boca, pero si algún día nos tuviéramos que separar… recuerda que te seguiré queriendo como siempre te he querido.
           Y a pesar de todo, ¡qué poco sé de ti! ¡No sé qué ambicionas para querer cambiarlo todo! De cuando en cuando parece como si todo lo que hemos hecho no fuera de tu completo agrado. ¡No sé ni siquiera cuándo disfrutas de verdad! A lo mejor quiere el cielo que en el tiempo que nos queda por vivir se cumplan todos esos deseos que quizás no conozco todavía.



            Ahora, cincuenta años después, cierra los ojos, escucha y disfruta.









2 comentarios:

  1. Enhorabuena por esos 50 años pareja! a seguir disfrutando como bien sabéis y que dure muchos años. Un saludote!

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  2. ¡Hola Luis!
    En ese negocio estamos todos, vosotros también y ese es uno de los objetivos, que no único, el disfrute en la vida es mucho más importante y por eso lo perseguimos incansablemente. Bueno, ya os llegará a vosotros. Y en cuanto a perdurar, lo que acostumbro a decir para la vida en general: mientras tenga una calidad aceptable.
    Gracias y que vaya bueno.

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